Tuesday, April 15, 2008

Espejos, por Eduardo Galeano


Espejos, por Eduardo Galeano


De deseo somos

La vida, sin nombre, sin memoria, estaba sola. Tenía manos, pero no tenía a quién tocar. Tenía boca, pero no tenía con quién hablar.

La vida era una, y siendo una era ninguna.

Entonces el deseo disparó su arco. Y la flecha del deseo partió la vida al medio, y la vida fue dos.

Los dos se encontraron y se rieron. Les daba risa verse, y tocarse también.


Breve historia de la civilización

Y nos cansamos de andar vagando por los bosques y las orillas de los ríos.

Y nos fuimos quedando. Inventamos las aldeas y la vida en comunidad, convertimos el hueso en aguja y la púa en arpón, las herramientas nos prolongaron la mano y el mango multiplicó la fuerza del hacha, de la azada y del cuchillo.

Cultivamos el arroz, la cebada, el trigo y el maíz, y encerramos en corrales las ovejas y las cabras, y aprendimos a guardar granos en los almacenes, para no morir de hambre en los malos tiempos.

Y en los campos labrados fuimos devotos de las diosas de la fecundidad, mujeres de vastas caderas y tetas generosas, pero con el paso del tiempo ellas fueron desplazadas por los dioses machos de la guerra. Y cantamos himnos de alabanza a la gloria de los reyes, los jefes guerreros y los altos sacerdotes.

Y descubrimos las palabras tuyo y mío y la tierra tuvo dueño y la mujer fue propiedad del hombre y el padre propietario de los hijos.

Muy atrás habían quedado los tiempos en que andábamos a la deriva, sin casa ni destino.

Los resultados de la civilización eran sorprendentes: nuestra vida era más segura pero menos libre, y trabajábamos más horas.

Fundación de la división del trabajo
Dicen que fue el rey Manu quien otorgó prestigio divino a las castas de la India.

De su boca, brotaron los sacerdotes. De sus brazos, los reyes y los guerreros. De sus muslos, los comerciantes. De sus pies, los siervos y los artesanos.

Y a partir de entonces se construyó la pirámide social, que en la India tiene más de tres mil pisos.

Cada cual nace donde debe nacer, para hacer lo que debe hacer. En tu cuna está tu tumba, tu origen es tu destino: tu vida es la recompensa o el castigo que merecen tus vidas anteriores, y la herencia dicta tu lugar y tu función.

El rey Manu aconsejaba corregir la mala conducta: Si una persona de casta inferior escucha los versos de los libros sagrados, se le echará plomo derretido en los oídos; y si los recita, se le cortará la lengua. Estas pedagogías ya no se aplican, pero todavía quien se sale de su sitio, en el amor, en el trabajo o en lo que sea, arriesga escarmientos públicos que podrían matarlo o dejarlo más muerto que vivo.

Los sincasta, uno de cada cinco hindúes, están por debajo de los de más abajo. Los llaman intocables, porque contaminan: malditos entre los malditos, no pueden hablar con los demás, ni caminar sus caminos, ni tocar sus vasos ni sus platos. La ley los protege, la realidad los expulsa. A ellos, cualquiera los humilla; a ellas, cualquiera las viola, que ahí sí que resultan tocables las intocables.

A fines del año 2004, cuando el tsunami embistió contra las costas de la India, los intocables se ocuparon de recoger la basura y los muertos.

Como siempre.


Fundación de los días

Cuando Irak era Sumeria, el tiempo tuvo semanas, las semanas tuvieron días y los días tuvieron nombres.

Los sacerdotes dibujaron los primeros mapas celestes y bautizaron los astros, las constelaciones y los días.

Hemos heredado sus nombres, que fueron pasando, de lengua en lengua, del sumerio al babilonio, del babilonio al griego, del griego al latín, y así.

Ellos habían llamado dioses a las siete estrellas que se movían en el cielo, y dioses seguimos llamando, miles de años después, a los siete días que se mueven en el tiempo. Los días de la semana siguen respondiendo, con ligeras variantes, a sus nombres originales: Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus, Saturno, Sol. Lunes, martes, miércoles, jueves...


Breve historia de la cerveza
Uno de los proverbios más antiguos, escrito en lengua de los sumerios, exime al trago de toda culpa en caso de accidentes:

La cerveza está bien.
Lo que está mal es el camino.


Y según cuenta el más antiguo de los libros, Enkidu, el amigo del rey Gilgamesh, fue bestia salvaje hasta que descubrió la cerveza y el pan.

La cerveza viajó a Egipto desde la tierra que ahora llamamos Irak. Como daba nuevos ojos a la cara, los egipcios creyeron que era un regalo de su dios Osiris. Y como la cerveza de cebada era hermana melliza del pan, la llamaron pan líquido.

En los Andes americanos, es la ofrenda más antigua: desde siempre la tierra pide que le derramen chorritos de chicha, cerveza de maíz, para alegrar sus días.


Breve historia del vino

Dudas razonables nos impiden saber si Adán fue tentado por una manzana o por una uva.

Sí sabemos, en cambio, que hubo vino en este mundo desde la Edad de Piedra, cuando las uvas ya fermentaban sin ayuda de nadie.

Antiguos cánticos chinos recetaban el vino para aliviar las dolencias de los tristes.

Los egipcios creían que el dios Horus tenía un ojo de sol y otro de luna, y el ojo de luna lloraba lágrimas de vino, que los vivos bebían para dormirse y los muertos para despertarse.

Una vid era el emblema del poder de Ciro, rey de los persas, y el vino regaba las fiestas de los griegos y de los romanos.

Para celebrar el amor humano, Jesús convirtió en vino el agua de seis tinajas. Fue su primer milagro.


Victorioso sol, luna vencida
La luna perdió la primera batalla contra el sol cuando se difundió la noticia de que no era el viento quien embarazaba a las mujeres.

Después, la historia trajo otras tristes novedades:
la división del trabajo atribuyó casi todas las tareas a las hembras, para que los machos pudiéramos dedicarnos al exterminio mutuo;

el derecho de propiedad y el derecho de herencia permitieron que ellas fueran dueñas de nada;

la organización de la familia las metió en la jaula del padre, el marido y el hijo varón y se consolidó el estado, que era como la familia pero más grande.

La luna compartió la caída de sus hijas.

Lejos quedaron los tiempos en que la luna de Egipto devoraba el sol al anochecer y al amanecer lo engendraba,

la luna de Irlanda sometía al sol amenazándolo con la noche perpetua

y los reyes de Grecia y Creta se disfrazaban de reinas, con tetas de trapo, y en las ceremonias sagradas enarbolaban la luna como estandarte.

En Yucatán, la luna y el sol habían vivido en matrimonio. Cuando se peleaban, había eclipse. Ella, la luna, era la señora de los mares y de los manantiales y la diosa de la tierra. Con el paso de los tiempos, perdió sus poderes. Ahora sólo se ocupa de partos y enfermedades.

En las costas del Perú, la humillación tuvo fecha. Poco antes de la invasión española, en el año 1463, la luna del reino chimú, la que más mandaba, se rindió ante el ejército del sol de los incas.


Amazonas

Las amazonas, temibles mujeres, habían peleado contra Hércules, cuando era Heracles, y contra Aquiles en la guerra de Troya.

Odiaban a los hombres y se cortaban el seno derecho para que sus flechazos fueran más certeros.

El gran río que atraviesa el cuerpo de América de lado a lado, se llama Amazonas por obra y gracia del conquistador español Francisco de Orellana.

Él fue el primer europeo que lo navegó, desde los adentros de la tierra hasta las afueras de la mar. Volvió a España con un ojo menos, y contó que sus bergantines habían sido acribillados a flechazos por mujeres guerreras, que peleaban desnudas, rugían como fieras y cuando sentían hambre de amores secuestraban hombres, los besaban en la noche y los estrangulaban al amanecer.

Y por dar prestigio griego a su relato, Orellana dijo que ellas eran aquellas amazonas adoradoras de la diosa Diana, y con su nombre bautizó al río donde tenían su reino.

Los siglos han pasado. De las amazonas, nunca más se supo. Pero el río se sigue llamando así, y aunque cada día lo envenenan los pesticidas, los abonos químicos, el mercurio de las minas y el petróleo de los barcos, sus aguas siguen siendo las más ricas del mundo en peces, aves y cuentos.


Monopolio divino

Los dioses no soportan la competencia de los terrestres vulgares y silvestres.

Nosotros les debemos humillación y obediencia. Hemos sido hechos por ellos, según ellos; y la censura del alto cielo prohíbe que se divulgue el rumor de que son ellos quienes han sido hechos por nosotros.

Cuando advirtieron que veíamos más allá del horizonte, los dioses mayas nos echaron polvo a los ojos; y los dioses griegos dejaron ciego a Fineo, rey de Salmidesos, cuando supieron que él veía más allá del tiempo.

Lucifer era el arcángel preferido del dios de los judíos, de los cristianos y de los musulmanes. Cuando Lucifer intentó levantar su trono por encima de las estrellas, ese dios lo hizo ceniza, quemándolo en el fuego de su propia belleza.

Y fue ese dios quien expulsó a Adán y a Eva, los primeros, los que no tenían ombligo, porque quisieron conocer la gloria divina; y fue él quien castigó a los constructores de la torre de Babel, que estaban cometiendo la insolencia de llegar al cielo.


Olimpíadas

A los griegos les encantaba matarse entre sí, pero además de la guerra practicaban otros deportes.

Competían en la ciudad de Olimpia, y mientras las olimpíadas ocurrían, los griegos olvidaban sus guerras por un rato.

Todos desnudos: los corredores, los atletas que arrojaban la jabalina y el disco, los que saltaban, boxeaban, luchaban, galopaban o competían cantando. Ninguno llevaba zapatillas de marca, ni camisetas de moda, ni nada que no fuera la propia piel brillosa de ungüentos.

Los campeones no recibían medallas. Ganaban una corona de laurel, unas cuantas tinajas de aceite de oliva, el derecho a comer gratis durante toda la vida y el respeto y la admiración de sus vecinos.

El primer campeón, un tal Korebus, se ganaba la vida trabajando de cocinero, y a eso siguió dedicándose. En la olimpíada inaugural, él corrió más que todos sus rivales y más que los temibles vientos del norte.

Las olimpíadas eran ceremonias de identidad compartida. Haciendo deporte, esos cuerpos decían, sin palabras: Nos odiamos, nos peleamos, pero todos somos griegos. Y así fue durante mil años, hasta que el cristianismo triunfante prohibió estas paganas
desnudeces que ofendían al Señor.

En las olimpíadas griegas nunca participaron las mujeres, los esclavos ni los extranjeros.

En la democracia griega, tampoco.


Fundación de la inseguridad ciudadana

La democracia griega amaba la libertad, pero vivía de sus prisioneros.

Los esclavos y las esclavas labraban tierras, abrían caminos, excavaban montañas en busca de plata y de piedras, alzaban casas, tejían ropas, cosían calzados, cocinaban,
lavaban, barrían, forjaban lanzas y corazas, azadas y martillos, daban placer en las fiestas y en los burdeles y criaban a los hijos de sus amos.

Un esclavo era más barato que una mula. La esclavitud, tema despreciable, rara vez aparecía en la poesía, en el teatro o en las pinturas que decoraban las vasijas y los muros. Los filósofos la ignoraban, como no fuera para confirmar que ése era el destino natural de los seres inferiores, y para encender la alarma. Cuidado con
ellos, advertía Platón. Los esclavos, decía, tienen una inevitable tendencia a odiar a sus amos y sólo una constante vigilancia podrá impedir que nos asesinen a todos.

Y Aristóteles sostenía que el entrenamiento militar de los ciudadanos
era imprescindible, por la inseguridad reinante.


Espartaco

Fue pastor en Tracia, soldado en Roma, gladiador en Capua.

Fue esclavo fugado. Huyó armado de un cuchillo de cocina, y al pie del volcán Vesubio fundó su tropa de libres, que andando creció y fue ejército.

Una mañana, setenta y dos años antes de Cristo, Roma tembló.

Los romanos vieron que los hombres de Espartaco los veían.

Habían amanecido erizadas de lanzas las crestas de las colinas.

Desde allá arriba, los esclavos contemplaban los templos y los palacios de la más reina, la que tenía el mundo a su mandar: estaba al alcance de sus manos, tocada por sus ojos, la ciudad que les había arrancado sus nombres y sus memorias y los había convertido en cosas que podían ser azotadas, regaladas o vendidas.

El ataque no ocurrió. Nunca se supo si Espartaco y los suyos habían llegado hasta allí, hasta tan cerquita, o ésos eran no más que espejismos del miedo. Porque en aquellos días, los esclavos estaban propinando humillantes palizas a las legiones.

Dos años duró esa guerra de guerrillas que tuvo en vilo al imperio.

Por fin, los sublevados fueron cercados, en las montañas de Lucania, y fueron aniquilados por los soldados que en Roma había reclutadoun joven militar llamado Julio César.

Cuando Espartaco se vio vencido, apoyó su cabeza en la cabeza de su caballo, la frente pegada a la frente de su compañero de todas las batallas, y le hundió el largo cuchillo y le partió el corazón.

Los carpinteros alzaron cruces nuevas a todo lo largo de la vía Appia, desde Capua hasta Roma.


Julio César

Lo llamaban el calvo putañero, decían que era el marido de todas las mujeres y la mujer de todos los maridos.

Fuentes bien informadas aseguraban que había estado encerrado varios meses en el dormitorio de Cleopatra, sin asomar la nariz.

Con ella, su trofeo, regresó a Roma desde Alejandría. Y coronando sus campañas victoriosas en Europa y en África, rindió homenaje a su propia gloria mandando al muere a una multitud de gladiadores y exhibiendo jirafas y otras rarezas que Cleopatra le había regalado.

Y Roma lo vistió de púrpura, la única toga de ese color en todo el imperio, y ciñó su frente con corona de laurel, y Virgilio, el poeta oficial, cantó a su estirpe divina, que venía de Eneas, Marte y Venus.

Y poco después, desde la cumbre de las cumbres, se proclamó dictador vitalicio y anunció reformas que amenazaban los intocables privilegios de su propia clase.

Y los suyos, los patricios, decidieron que más vale prevenir que curar.

Y el todopoderoso, marcado para morir, fue rodeado por sus íntimos y su bienamado Marco Bruto, que quizás era su hijo, lo estrujó en el primer abrazo y en la espalda le clavó la primera puñalada.

Y otros puñales lo acribillaron y se alzaron, rojos, al cielo. Y allí tirado quedó el cuerpo, en el suelo de piedra, porque ni sus esclavos se atrevían a tocarlo.

* Fragmentos del libro del autor Espejos. Una historia casi universal. México, Siglo XXI, 2008. Reproducido con autorización de la editorial.

Labels: , ,

Sunday, November 25, 2007

Reflexiones en, desde, por y para la política, por Carlos Castillo Peraza


Reflexiones en, desde, por y para la política*

Carlos Castillo Peraza


Creo que debo iniciar estas palabras con alguna nota quizá insoportablemente autobiográfica. Comencé mi vida laboral en el ámbito del periodismo provinciano y batallador. La necesidad material, las penurias familiares, la admiración por algunos periodistas muy verticales y muy buenos escritores, el gusto y el deseo de escribir como ellos me llevaron a una redacción. Simultáneamente, la militancia en una organización juvenil católica que se esforzaba por dar a sus miembros conciencia cívica y compromiso con el bien común alimentaron mi modo de ejercer el periodismo. Ya frente a la máquina de escribir, fui descubriendo que me hacía falta algo más que hambre, sentido apostólico, disponibilidad para actuar en la polis y bien escribir para cumplir bien la tarea. Entonces decidí estudiar filosofía. Quería disponer de un mejor instrumental para ser mejor periodista. Eso era todo.

Por caminos inusitados, pude llegar a la Escuela de Filosofía de la UNAM. Tuve maestros por más de una razón inolvidables a los que estaré agradecido siempre. También compañeros estupendos. Uno de ellos es Luis Salazar, cuyo talento y destreza para el pensamiento ordenado reconocí y reconozco y respeto hasta la fecha. Él hizo el favor de invitarme a este evento. Su invitación me sorprendió porque me encontró en el torbellino de la política militante y partidista, lejos de la academia. Mis palabras, el día de hoy, no podrían tener ni tienen la estructura técnica que este foro de filósofos merece y a la que la calidad de sus participantes obliga.

1. Luis Salazar, al hacer el favor de invitarme, tuvo a bien plantearme mi participación en términos algo kantianos. "Debes decirnos —indicó—, desde tu perspectiva, qué se puede esperar de la política". Voy a intentar presentar ante ustedes una respuesta. Apelo a su amable comprensión.

Quisiera señalar, antes de comenzar, que para mí la política no es asunto de reflectores, sino de reflexión. Podría decir, con mi maestro Philibert Secretan, que para mí filosofía y política se esclarecen mutuamente y que, en su relación, vivida como una tensión especialmente por quienes tenemos al mismo tiempo el carácter de aficionados a aquélla y militantes en ésta, es posible afirmar que la filosofía es una política del pensamiento, y la política una filosofía de la acción. Que, además, los políticos estamos obligados a desarrollar una muy filosófica "voluntad de verdad" (la expresión es de Xavier Zubiri) para no caer en la sofística, en la demagogia, en el dogmatismo o en el afán de ser noticia, y menos en la de convertir a la palabra en instrumento perverso de la imposibilitación de la relación humana y de la edificación de una sociedad en permanente proceso de construcción, para el bien temporal de todos sus miembros. Permítanme citar in extenso al propio Zubiri:

El filósofo español nos dice que, en el proceso intelectivo, nos encontramos ante dos posibilidades: "Una, la de reposar en las ideas en y por sí mismas como si fueran el canon mismo de la realidad; en el límite, se acaba por hacer de las ideas la verdadera realidad. Otra, es la posibilidad inversa, la de dirigirse a la realidad misma, y tomar las ideas como órganos que dificultan o facilitan hacer cada vez más presente la realidad en la inteligencia. Guiada por las cosas y su verdad real, la inteligencia entra más y más en lo real, logra un incremento de la verdad real. El hombre tiene que optar entre estas dos posibilidades, es decir, tiene que llevar a cabo un acto de voluntad: es la voluntad de verdad" (El hombre y Dios, Madrid, Alianza Editorial, 1985).

No sé si he tenido buen éxito, pero he optado por la segunda de estas zubirianas posibilidades.

2. ¿Qué se puede esperar de la política? Comienzo por recordar el 1984 de Orwell, el héroe, durante la tortura a que es sometido, pregunta a su verdugo si el Big Brother verdaderamente existe. El torturador pide a la víctima que le explique qué es eso de "existencia verdadera", y ésta le precisa que es existir "como existo yo mismo", a lo que el verdugo responde: "¿como tú? Pero si tú no existes..."

Creo que lo que debe poderse esperar de la política es, precisamente, que haga posible que todos existamos, que a nadie se arroje, primero teórica y luego prácticamente, al hoyo negro del no-ser. Me parece que la historia político-cultural va bordada de concepciones según las cuales hay hombres que son verdaderamente y hombres que no son tales. En consecuencia, creo que de la política puede y debe esperarse que renuncie a constituirse en ámbito desde el cual se decide quién es hombre y quién no lo es. Dicho de otro modo, hay que pugnar porque la política no sea el espacio desde el que se define lo que es el hombre, sino el lugar en el que todos los hombres reales puedan discutir acerca de su ser, sin matar ni matarse; en el que de algún modo compitan sin violencia las diversas definiciones posibles del ser del hombre, de la sociedad, de la nación, del Estado, del gobierno, del poder. Que sea el ámbito en el que las supuestas o reales racionalidades interactúen razonablemente, en respeto y libertad, sin riesgos de Auschwitz, Siberias, paredones, escuadrones de la muerte, "fraudes patrióticos", quemas en efigie, etcétera.

3. Con lo anterior quiero decir que me adhiero a la visión de la política y la democracia sostenida por Mounier: "la institucionalización del diálogo" (Communisme, anarchie et personalisme, Seuil, París, 1966). Diálogo que tiene como premisa, como axioma, que los ciudadanos, cada uno de ellos y todos ellos, son personas, y, negativamente, que no hay no-personas, que no hay simples "momentos" sin existencia real en la sociedad y en la historia; que el otro es siempre otro como yo, otro yo respetable y digno, libre y amigo. Otro de mis maestros, Santo Tomás de Aquino, me sirve aquí de guía: Omnis homo omni homini naturaliter amicus (Suma contra gentiles, III, 77, BAC, Madrid, 1968). De la política así entendida, me parece que puede y debe esperarse la construcción de una sociedad de amistad. En algún trabajo que escribí hace años, en una etapa más académica que política, me refería a esto de la manera siguiente: "Platón, que veía en los amigos a enemigos potenciales de las tiranías ilustradas que algún tiempo lo fascinaron, no erró el blanco, puesto que además escribió que no había verdadera amistad sino en la búsqueda común de la verdad y del bien. Y el hombre fue hecho para la amistad; sólo haciendo de su prójimo una abstracción ('enemigo', 'asesino', 'burgués', etc.) puede odiarlo, es decir, concebir a la comunidad como espacio en el que otro no tiene lugar posible y, en el límite, suprimirlo…” (El ogro antropófago, Epessa, México, 1990).

4. No quisiera verme ingenuo ni ser visto como tal. Sé que en el mundo, en la historia, en la política se dan hechos que merecen el nombre de males. No es necesario disponer de un microscopio electrónico para descubrirlos. Pero tengo la convicción de que no se trata de males inevitables como pueden serlo los terremotos o los ciclones. Precisamente porque pienso que los otros no son como yo, me parece que se trata de males evitables, puesto que son males que seres como yo producen y generan en otros hombres como ustedes y como yo. De allí mi convicción de que de la política puede y debe esperarse que sea un instrumento de los hombres para suprimir hasta donde sea posible los males que los hombres nos hacen unos a otros, es decir, los males evitables. De allí mi convicción de que la política debe tener como fin organizar el ámbito de la vida humana común y temporal de manera que el hombre no hiera al hombre, ni de palabra ni de obra, ni por acción ni por omisión.

5. Esta visión podría asimismo calificarse de utópica, en el sentido de que la utopía fuese "el sueño metódico de una razón derrotada" (Secretan) o “la esencia por todas partes y la existencia por ningún lado" (ibid). De algún modo es utópica, en la medida que lo utópico es el telos de la acción humana en el tiempo. Pero el telos es también causa final que atrae y que convoca a la acción concreta y reflexiva que pone los escalones hacia lo deseable. No es la perfección contemplada que inmoviliza o, al menos, no debe serlo. Así lo entiende el dicho popular que afirma que lo mejor es enemigo de lo bueno, o Maritain que, en su filosofía teológica de la historia, recuerda al profeta Habacuc, quien señala que el diablo siempre va adelante de Dios proponiendo lo óptimo para que ni siquiera se haga lo bueno (Filosofía de la Historia, Troquel, Buenos Aires, 1971).

Desde esta perspectiva, me parece adecuado sugerir que de la política puede y debe esperarse una modestia que conduzca a ir haciendo lo bueno, para aproximarse a lo óptimo tanto como sea posible en el tiempo y con los medios falibles e imperfectos con que nos es dable contar. No es humano imponer el ideal por medio de la coacción, como lo hemos podido comprobar en este siglo. El diálogo racional, razonable y respetuoso exige reflexión, energía y paciencia, pero no resignación. Las voluntades de verdad tienen que pasar por encontrarse y confrontarse antes de que puedan descubrir sus respectivos calores, sus comunes denominadores y sus posibilidades de coedificación política. No es fácil pasar de una cultura y una cultura política de la guerra a una de la paz. Pero Yael Dayán, la hija del general judío llamado Moshe, acaba de decir al respecto algo de una gran lucidez y sensatez: son preferibles todos los problemas de la paz a uno solo de los problemas de la guerra.

Más allá del diálogo y de la visión del hombre que desde mi punto de vista lo sostiene, quisiera abundar en la noción mounieriana de la institucionalización, como propósito fundamental de la política. Ésta debe ser, precisamente, ideación y diseño comunes de instituciones, de leyes. Trabajo intelectual y político que establezca los marcos en que se ejerce el derecho de la diferencia, y el deber de la construcción común del espacio y la acción políticos. Tarea central es ésta. Trabajo de convencimiento de las conciencias: de agrupación, formación y organización de conciencias convencidas; labor de aproximación de las personas y los grupos diferentes, para que diseñen los pasos comunes para el futuro común; laborío de "carpintería política", modesto y constante, que encarna en obras y prácticas los ideales; obra de inteligencia y de acción en la que es imprescindible la convicción de que en el diferente hay parte de lo valioso común. Parte, es cierto. De allí la necesidad de que las partes —partes, partidos— se sepan partes y se asuman y actúen como tales, desde una autocomprensión como todo, no hay diálogo ni interlocución ni obra común posibles. Las partes, entendidas como tales, constituyen un todo que finalmente es mayor que la suma de aquéllas. En cambio, los "todos" sólo pueden edificar una suma menor que la de las partes. Idear y construir, con paciencia, humildad y perseverancia instituciones, es también algo que debe poder esperarse de la política.

7. Hay tres figuras políticas en la historia del pensamiento que mueven a la reflexión. Sigo aquí de nuevo a Philibert Secretan: se trata de las del sofista, el dogmático y el burgués (Autorité, pouvoir, puissance, L'Age d^Homme, Lausanne, 1969).

El sofista identifica la razón o la verdad con la fuerza, y para él, el lenguaje es sólo un mecanismo de autoproducción, de generación de más lenguaje sin relación con la realidad; un instrumento del poderío. La realidad son las palabras del más fuerte. El dogmático identifica —creo que aquí aparece Hobbes— su verdad con la verdad y la impone como justificación de un imperio sobre todos, en nombre de la supresión del conflicto de todos contra todos. Lo mismo da, para los dos casos, que sean verdades supuestamente eternas o sólo y pragmáticamente trienales o sexenales. El burgués identifica su afán posesivo o sus posesiones materiales con la verdad o la razón. Sofista, dogmático o burgués no sólo puede ser un hombre, sino también un grupo de hombres e incluso un Estado. Los tres confunden la simultaneidad con la semejanza, y de algún modo condenan al hombre que quiere conocer la verdad, construir el símbolo o puente entre los hombres, a beber la cicuta, su actividad destruye el symbolon ("symballo" quiere decir "yo reúno", "yo junto", "yo hago coincidir"), es decir, el nexo, el vínculo. Se vuelve así diabólica ("diablos" es "el que separa", "el que siembra discordia", "el que calumnia"). Romper el puente entre palabra y realidad conduce a fracturarlo entre hombre y hombre, es condenarnos al silencio o al estrépito estériles, autistas, apolíticos; utilizar la palabra para esto es renunciar al logos que es, al mismo tiempo, sonido y razón. Es hacer irracional a la política, es arrojarla a la pura acción, al juego de fuerzas y de intereses, al choque de egoísmos. Es hacerla violenta porque quedaría reducida a actos sin logos. Es sofisticarla, dogmatizarla y aburguesarla, condenarla no a la búsqueda del bien común temporal, sino del mal común.

Sugiero que, desde la filosofía, es preciso contribuir a que la política sea un ámbito de reflexión, libre ejercicio responsable de la razón, razonable intercambio de razones, respetuosa búsqueda de puentes, amistosa coedificacíón de respuestas y de soluciones —de instituciones— que sirvan a todos porque no envilecen a nadie. Tal vez la política y los políticos no podamos dar para tanto, pero es allí donde los que son, por oficio o por vocación, hombres de razón raciocinante, puedan ayudamos y, así, ayudarse. No podremos esperar nada, o podremos esperar muy poco de la política, si la razón no espera ni confía en sí misma, si ustedes no creen en la razón, si ustedes renuncian a la voluntad de verdad y a exigir, desde esta voluntad, que la política y los políticos nos convirtamos al "logos común de los hombres despiertos", que no sueñan que el otro no es, sino saben que es y es digno de respeto. Cuando Goya escribió que "el sueño de la razón produce monstruos" no sé qué quiso decir. Pero, si monstruo es "prodigio" o "amonestación divina", bien puede imaginarse que las racionalidades sin razonabilidad, es decir, incapaces de comunicarse y construir, parten de la idea de que mi razón me convierte en "prodigioso" o en "divino amonestador", en ángel único frente a demonios innumerables. De la política debe esperarse —con el auxilio del pensamiento— que se sepa, se quiera y se realice como obra de hombres, débiles quizá, "cañas, pero cañas que piensan" que diría Pascal. Esta convicción completa de las flaquezas y las fortalezas propias de lo humano y de los humanos, tal vez deba llegarle a la política desde la filosofía, a los políticos desde los filósofos. Como político, ojalá que transitorio en cuanto tal, espero de mis hoy alejados colegas de academia ese punto de socrática ironía que ayuda a ponernos a todos en nuestro lugar, a combatir en la propia alma y en la propia acción, la tentación de las tentaciones humanas: la desmesura. Sólo construye en la historia el que está convencido de que no es la historia misma. Alguien tiene que decirnos a los políticos que no lo somos.

* Fragmento del libro del autor El porvenir posible. Estudio introductorio y selección de Alonso Lujambio y Germán Martínez Cázares. México, Fondo de Cultura Económica, 2006. 668 p. Reproducido con permiso de la editorial.

Sunday, November 04, 2007

Fomento de la democracia en casa, por Noam Chomsky


FOMENTO DE LA DEMOCRACIA EN CASA*

NOAM CHOMSKY

Es posible que el concepto del fomento de la democracia en casa se antoje extraño o incluso absurdo. Al fin y al cabo, Estados Unidos fue la primera sociedad (más o menos) democrática y desde entonces ha servido de modelo para otras. Además, en muchas dimensiones cruciales para la auténtica democracia —la protección de la libertad de expresión, por ejemplo— se ha convertido en el líder entre las sociedades del mundo. Existe, sin embargo, un buen número de motivos para la preocupación, algunos de los cuales ya han sido mencionados.

La preocupación no nos es desconocida. El especialista más destacado que se concentra en la teoría y práctica democráticas, Robert Dahl, ha escrito sobre características seriamente indemocráticas del sistema político estadounidense, y ha propuesto modificaciones. La «teoría de la inversión» de la política de Thomas Ferguson es una inquisitiva crítica de unos factores institucionales más profundos que restringen de manera acusada la democracia efectiva. Lo mismo puede decirse de las investigaciones de Robert McChesney sobre el papel de los medios en el menoscabo de la política democrática, hasta el punto de que para el año 2000 las elecciones presidenciales se habían convertido en una «farsa», concluye, con un efecto recíproco en el deterioro de la calidad de los medios de comunicación y su servicio al interés público. La subversión de la democracia por medio de las concentraciones de poder privado es, desde luego, un fenómeno familiar: los comentaristas de las corrientes mayoritarias observan de pasada que «la empresa ejerce un control absoluto sobre la maquinaria de gobierno» (Robert Reich), haciéndose eco de la observación de Woodrow Wiison, días antes de asumir el cargo, cuando dijo que «los amos del Gobierno de Estados Unidos son los capitalistas y fabricantes combinados de Estados Unidos». El más destacado filósofo social norteamericano del siglo XX, John Dewey, concluyó que «la política es la sombra que proyecta la gran empresa sobre la sociedad» y seguirá siéndolo mientras el poder resida en «la empresa para el beneficio privado a través del control privado de la banca, la tierra y la industria, reforzado por el dominio de la prensa, las agencias de noticias y otros medios de publicidad y propaganda». En consecuencia, las reformas no bastarán. Es necesario un cambio social fundamental para conseguir una democracia efectiva.

«EL NUEVO ESPÍRITU DE LOS TIEMPOS»

El sistema político que es objeto de esas críticas presenta algún parecido con el diseño inicial, aunque sus artífices a ciencia cierta se hubieran mostrado espeluznados ante muchas alteraciones posteriores, en particular el activismo judicial radical que concedió derechos correspondientes a las personas a las «entidades legales colectivistas» (corporaciones), derechos que se ampliaron mucho más allá de los de las personas de carne y hueso en recientes acuerdos económicos internacionales (mal llamados «acuerdos de libre comercio»). Cada paso de ese tipo constituye un grave atentado contra los principios liberales clásicos, la democracia y los mercados. Por si fuera poco, la ley exige que las «personas» inmortales e inmensamente poderosas que se han creado padezcan deficiencias morales que entre la gente real se considerarían patológicas. Un principio nuclear del derecho corporativo angloamericano es que deben dedicarse con entrega absoluta a su propio interes material. Se les permite hacer «buenas obras», pero sólo si éstas ejercen un impacto favorable en su imagen y, por ende, en sus beneficios y cuotas de mercado. En ocasiones los tribunales han ido más allá. El Chancery Court de Delaware observó que «los tribunales contemporáneos reconocen que, a menos que las corporaciones acarreen una parte creciente de la carga de sostener las causas caritativas y educativas [...], las ventajas empresariales que la ley otorga en la actualidad a las corporaciones bien podrían demostrarse inaceptables para los representantes de una opinión pública soliviantada». Los poderosos «medios de publicidad y propaganda» de los que hablaba Dewey deben movilizarse para garantizar que una «opinión pública soliviantada» no llegue a entender el funcionamiento del sistema estatal-corporativo.

El más influyente de los artífices, James Madison, articuló el diseño inicial con claridad. Sostenía que el poder debería estar en manos de «la riqueza de la nación [...] el conjunto más capaz de hombres». De las personas «sin propiedad ni esperanza de adquirirla», reflexionó a finales de su vida, «no puede esperarse que simpaticen con sus derechos lo bastante para ser depositarios seguros del poder sobre ellos». Los derechos no son los de la propiedad, que no tiene derechos, sino de los propietarios de la propiedad, que en consecuencia debían tener derechos adicionales más allá de los asignados a los ciudadanos en general. En su «determinación de proteger a las minorías de las vulneraciones de sus derechos por parte de la mayoría», observa el insigne especialista en Madison, Lance Banning, «está absolutamente claro que le preocupaban muy en especial las minorías propietarias de entre el pueblo». Madison no podía ignorar la fuerza de la observación de Adam Smith cuando dijo que «el gobierno civil, en la medida en que fue instituido para la seguridad de la propiedad, se instituye en realidad para la defensa de los ricos contra los pobres, o de aquellos que tienen alguna propiedad contra quienes carecen de ninguna». Advirtiendo a sus colegas de la Convención Constitucional sobre los peligros de la democracia, Madison les pidió que se plantearan lo que sucedería en Inglaterra «si las elecciones estuvieran abiertas a todas las clases de personas». En ese caso la población utilizaría su derecho de voto para distribuir la tierra con mayor equidad. Para impedir semejante injusticia, recomendaba disposiciones «para proteger de la mayoría a la minoría de los opulentos», que a renglón seguido se pusieron en práctica.

El problema planteado por Madison era antiguo, pues se remonta al primer clásico de la politología, la Política, de Aristóteles. De entre la variedad de sistemas que analizó, Aristóteles consideraba la democracia «el más tolerable», aunque por supuesto tenía en mente una democracia limitada de hombres libres, de modo muy parecido a lo que haría Madison dos mil años más tarde. Aristóteles reconocía defectos en la democracia, sin embargo, entre ellos el que Madison expuso a la convención. Los pobres «ansían los bienes de sus vecinos», observaba Aristóteles, y si la riqueza está concentrada en pocas manos, utilizarán el poder de su mayoría para redistribuirla con mayor equidad, lo que sería injusto: «En las democracias debería salvaguardarse a los ricos; no sólo no debe dividirse su propiedad, sino que también sus ingresos [...] deben ser protegidos [...] Grande es pues la buena fortuna de un Estado en el que los ciudadanos tengan una propiedad moderada y suficiente; porque donde unos poseen demasiado, y otros nada, puede surgir una democracia extrema», que no reconoce los derechos de los ricos y tal vez se deteriore incluso más allá.

Aristóteles y Madison plantearon en esencia el mismo problema, pero llegaron a conclusiones opuestas. La solución de Madison era restringir la democracia, mientras que la del griego consistía en reducir la desigualdad, mediante lo que equivaldría a programas de Estado de Bienestar. Para que la democracia funcione adecuadamente, sostenía, «deberían pues tomarse medidas que concedan [a todas las personas] una prosperidad duradera». La «recaudación de los ingresos públicos debería acumularse y distribuirse entre sus pobres» para permitirles «adquirir una pequeña granja o, cuando menos, abrirse paso en el comercio o la agricultura», junto con otros medios, tales como «comidas comunes» con costes sufragados por la «tierra pública».

En el siglo que siguió a la fundación del sistema constitucional estadounidense, las luchas populares ampliaron en gran medida el alcance de la democracia, no sólo mediante cambios políticos como la ampliación del derecho al voto, sino también estableciendo el concepto mucho más trascendental de que «el trabajo autodirigido definía al demócrata», un principio que en siglo XIX se adoptó como «la norma para todos los hombres», escribe el historiador Robert Wiebe. El trabajo asalariado se consideraba poco distinto a la esclavitud. Hacia mediados del siglo XIX, los trabajadores denunciaron con indignación el sistema industrial en auge que los obligaba a convertirse en «humildes súbditos» de «déspotas», reducidos a un «estado de servidumbre» con «una aristocracia adinerada que se cierne sobre nosotros como una poderosa avalancha que amenaza con la aniquilación a todo hombre que se atreva a cuestionar su derecho a esclavizar y oprimir a los pobres y desafortunados». Deploraban «el nuevo espíritu de los tiempos: acumular riqueza, olvidándolo todo menos a uno mismo» como un cruel ataque a su dignidad, libertad y cultura.

Han hecho falta ingentes esfuerzos para intentar alejar tales sentimientos del pensamiento, para lograr que la gente aceptara «el Nuevo Espíritu de los Tiempos» y el hecho —en palabras de Woodrow Wilson— de que «la mayoría de los hombres son sirvientes de las corporaciones [...] en un Estados Unidos muy distinto del antiguo». En ese nuevo Estados Unidos —«que ya no es un escenario de empresa individual [...], oportunidad individual y medro individual»— «pequeños grupos de hombres al mando de grandes corporaciones ejercen un poder y control sobre la riqueza y las oportunidades empresariales del país». A medida que el proceso cobraba fuerza, socavando mercados y libertad, la era del «autogobierno» tocaba a su fin, escribe Wiebe. «Las luces se fueron apagando en el gran escaparate de la democracia decimonónica», prosigue, un proceso espoleado por «el impulso hacia la conformidad y el control que se expresaron en el patriotismo guerrero [de la Primera Guerra Mundial], el Terror Rojo [de Wilson]» y otros instrumentos «para reglamentar a la clase baja».

Si bien la lucha popular con el paso de los siglos ha cosechado muchas victorias para la libertad y la democracia, el progreso no sigue una trayectoria ascendente regular. Ha existido un ciclo regular de progreso bajo presión popular, seguido de una regresión cuando los centros de poder movilizan sus considerables fuerzas para invertirlo, al menos en parte. Aunque con el tiempo el ciclo tiende a ser ascendente, a veces la regresión llega hasta el punto en que la población queda marginada casi por completo en seudoelecciones, cuyos ejemplos más recientes serían la «farsa» de 2000 y la farsa más extrema si cabe de 2004.

MESIANISMO DEMONÍACO

Los comentarios iniciales de este capítulo repasaban parte de la crítica a la democracia capitalista de los estados «corporativizados», en su variedad relativamente estable. Sin embargo, en reacción específíca a las políticas de la Administración Bush, se han expresado preocupaciones más inminentes, en ocasiones de un modo que tiene pocos o ningún precedente. Voces cautelosas de las publicaciones especializadas han cuestionado la mismísima «viabilidad [...] del sistema político de Estados Unidos» a menos que pueda afrontar las amenazas a la supervivencia que suponen las actuales políticas. Hay quien ha recurrido a analogías nazis al hablar del Departamento de Justicia de Bush; otros han comparado las políticas de la Administración con las del Japón fascista. Las medidas que en la actualidad se están utilizando para controlar a la población también han despertado amargos recuerdos. Entre quienes recuerdan bien se cuenta el distinguido erudito en historia alemana Fritz Stern. Comienza un reciente repaso de «el descenso desde la decencia a la barbarie nazi en Alemania» con el comentario: «Hoy en día, me preocupa el futuro inmediato de Estados Unidos, el país que dio acogida a los refugiados germanoparlantes en la década de 1930», él incluido. Con implicaciones para el momento presente que ningún lector puede pasar por alto, Stern repasa la demoníaca apelación de Hitler a su «misión divina» como «salvador de Alemania» en una «transfiguración seudorreligiosa de la política» adaptada a «las formas cristianas tradicionales», dirigiendo un Gobierno dedicado a «los principios básicos» de la nación, con «el cristianismo como fundamento de nuestra moralidad nacional y la familia como base de la vida nacional». La hostilidad de Hitler hacia el «estado laico liberal», compartida por gran parte del clero protestante, impulsó «un proceso histórico en el que el resentimiento contra un mundo laico desencantado halló alivio en la escapada extática de la sinrazón».

No debería olvidarse que el rápido descenso a las simas de la barbarie tuvo lugar en un país que era el orgullo de la civilización occidental en las ciencias, la filosofía y las artes; un país que antes de la propaganda histérica de la Primera Guerra Mundial muchos politólogos estadounidenses habían considerado un modelo de democracia. Uno de los intelectuales más prominentes de Israel, Amos Elon, en la actualidad exiliado por voluntad propia a causa del declive social y moral de su país, describe a la comunidad judía alemana de su juventud como «la elite laica de Europa. Eran la esencia del modernismo: líderes que se ganaban la vida con la potencia de sus cerebros y no la de sus músculos, mediadores y no trabajadores de la tierra. Periodistas, escritores, científicos. De no haber tenido todo un final tan horrible, hoy en día cantaríamos las alabanzas de la cultura de Weimar. La compararíamos con el Renacimiento italiano. Lo que sucedió allí en los ámbitos de la literatura, la psicología, la pintura y la arquitectura no se produjo en ninguna otra parte. No se había visto nada parecido desde el Renacimiento». No es un juicio irrazonable.

Quizá quepa recordar que los nazis tomaron prestadas sus técnicas de propaganda de las doctrinas y prácticas empresariales que tuvieron sus pioneros ante todo en las sociedades angloamericanas. Esas técnicas se basaban en el recurso a «símbolos y consignas» sencillos con «impresiones reiteradas hasta la saciedad» que apelan al miedo y otras emociones elementales al estilo de los anuncios comerciales, observa un estudio contemporáneo. «Goebbels reclutó a la mayoría de los publicistas comerciales más destacados de Alemania para su Ministerio de Propaganda» y se jactaba de que «utilizaría métodos publicitarios estadounidenses» para «vender nacionalsocialismo» de un modo muy parecido a como la empresa intenta vender «chocolate, pasta de dientes y medicamentos». Esas medidas cosecharon un éxito pavoroso a la hora de propiciar el repentino descenso de la decencia a la barbarie que Fritz Stern describe con una ominosa advertencia.

El mesianismo demoníaco es un instrumento natural para los grupos dirigentes que se encuentran en el extremo del espectro en cuanto a su dedicación a los intereses a corto plazo de reducidos sectores de poder y riqueza y a la dominación global. Hace falta una ceguera voluntaria para no ver cómo esos compromisos orientan la actual política estadounidense. La opinión pública se opone caso tras caso a las metas perseguidas y los programas aplicados. Eso provoca la necesidad de movilizar a las masas, empleando las habilidades de las enormes industrias que han sido creadas en una sociedad dirigida por la empresa para influir en las actitudes y las creencias. La necesidad de tales medidas ha adoptado una especial importancia en las últimas décadas, un periodo sumamente inusual de la historia económica estadounidense. Cuando los programas de corte neoliberal empezaron a cobrar forma en la década de 1970, los salarios reales de Estados Unidos eran los más altos del mundo industrial, como era de esperar en la sociedad más rica del mundo, con ventajas incomparables. En la actualidad la situación ha experimentado un cambio radical. Los salarios reales de la mayoría en gran medida se han estancado o han menguado, y hoy en día se acercan al nivel más bajo entre las sociedades industriales; el sistema de prestaciones, relativamente débil, también ha decaído. Las rentas se mantienen tan sólo ampliando los horarios laborales mucho más allá de los de sociedades parecidas, a la vez que la desigualdad ha crecido de manera vertiginosa. Todo ello supone un drástico cambio respecto del cuarto de siglo anterior, cuando el crecimiento económico fue el más alto que se recuerda para un periodo prolongado y también igualitario. Los índices sociales, que avanzaron paralelos al crecimiento económico hasta mediados de los setenta, después se alejaron de ellos, hasta caer hasta los niveles de 1960 para el año 2000.

Edward Wolff, el más destacado especialista en distribución de la riqueza, escribe que «las condiciones de vida se estancaron en la década de 1990 para los hogares estadounidenses de la zona intermedia, mientras que los rápidos avances en riqueza e ingresos de la elite tiraron con vigor de las cifras medias». De 1983 a 1998, la riqueza media del primer 1 por ciento aumentó en «un espectacular 42 por ciento», mientras que el 70 por ciento más pobre «perdió el 76 por ciento de su (muy modesta) riqueza». Concluye que incluso «el boom de los noventa se ha saltado a la mayoría de estadounidenses. Los ricos han sido los principales beneficiarios», en una continuación de las tendencias que se remontan a finales de los setenta, La dedicación de la Administración Bush a la riqueza y el privilegio aceleró esas tendencias y condujo a una gran subida de «los beneficios empresariales, las rentas profesionales, las ganancias de las inversiones y la compensación a ejecutivos», mientras que, para mediados de 2005, «los salarios horarios medios para los trabajadores de la producción con cometidos no supervisores» todavía tenían que alcanzar el punto más bajo de la recesión de 2001. Los datos de la Oficina del Censo para 2004 revelaron que, por primera vez que se recuerde, las rentas de los hogares dejaron de crecer durante cinco años seguidos. La renta media real previa a los impuestos alcanzó su punto más bajo desde 1997, mientras que la tasa de pobreza aumentó por cuarto año consecutivo, hasta el 12,7 por ciento. Los ingresos medios de los trabajadores a jornada completa «descendieron significativamente» en el caso de los hombres, en un 2,3 por ciento. La desigualdad siguió aumentando hasta «cotas casi históricas», sin incluir «los ingresos procedentes de paquetes de acciones, que aumentarían más aún la desigualdad», dada la concentración extremada de la propiedad de acciones. El Departamento de Trabajo recoge una caída adicional de los salarios reales en 2004 para la mayoría de los trabajadores, aparte de un pequeño porcentaje de los muy cualificados. El economista Dean Baker afirmó en octubre de 2005 que «la economía atravesó su periodo más largo de pérdida de empleo desde la Gran Depresión tras la recesíón de 2001. La proporción de puestos de trabajo por población sigue estando casi dos puntos porcentuales por debajo de su nivel anterior a la recesión. Utilizando la recuperación del mercado laboral como unidad de medida, la economía nunca ha sido menos fuerte en todo el periodo posterior a la guerra».

La cifra de personas que pasan hambre porque no pueden permitirse comprar comida creció hasta superar los 38 millones en 2004; un 12 por ciento de los hogares, un aumento de 7 millones en cinco años. En el mismo momento en que el Gobierno hacía públicos esos datos, el Comité de Agricultura de la Cámara de Representantes aprobó la retirada de la financiación para los vales de comida de 300.000 personas y recortó las comidas y desayunos escolares de 40.000 niños, tan sólo una de muchas ilustraciones.

Los resultados se aclaman como «economía sana» y modelo para otras sociedades. Se trata a Alan Greenspan con reverencia por haber estado a la cabeza de esos logros, que él atribuye en parte a «una contención atípica en los aumentos de las compensaciones [que] parece ser consecuencia ante todo de una mayor inseguridad laboral», evidente desiderátum de una economía sana. Es posible que en efecto el modelo carezca de muchos precedentes en cuanto a su efecto perjudicial para la «población subyacente» aparejado con los beneficios para las «personas sustanciales», según la ácida terminología de Thorstein Veblen.

Para mantener a raya a la población subyacente ante las realidades cotidianas de sus vidas, el recurso a la «transfiguración seudorreligiosa» es un instrumento natural, que explota características de la cultura popular que han divergido acusadamente del resto del mundo industrial durante mucho tiempo y que se han manipulado con fines políticos en especial desde los años de Reagan.

Otro instrumento que se aprovecha con regularidad es el miedo a la destrucción inminente a manos de un enemigo de ilimitada maldad. Se trata de percepciones con un profundo arraigo en la cultura popular estadounidense, acompañadas por la fe en la nobleza de propósito, donde esto último es lo más cercano a una idea universal que proporciona la historia. En un revelador análisis de la cultura popular desde sus inicios, Bruce Franklin identifica temas destacados tales como el «sindicato angloamericano de la guerra» que impondrá su «dominio pacífico e ilustrado» amenazando con la «aniquilación» a quienes se interpongan, llevando «el Espíritu de la Civilización» a los pueblos atrasados (1889). También repasa la llamativa elección de demonios a punto de destruirnos, por lo general aquellos a quienes los americanos estaban aplastando bajo sus botas: indios, negros y obreros chinos, entre otros. Entre los participantes en esos ejercicios se contaron destacados escritores progresistas, como Jack London, quien en 1910 escribió un texto en una publicación popular donde abogaba por el exterminio de los chinos mediante la guerra bacteriológica para atajar su nefasta conspiración secreta para arrollarnos.

Sean cuales sean las raíces de esas características culturales, a los dirigentes cínicos les resulta fácil manipularlas, a menudo de modos que cuesta creer. Durante los años de Reagan, se suponía que los estadounidenses debían encogerse de miedo ante las imágenes de los sicarios libios que pretendían asesinar a nuestro líder, una base aérea en la capital mundial de la nuez moscada que Rusia podía utilizar para bombardearnos, el feroz ejército nicaragüense a apenas dos días de Harlingen, Tejas, los terroristas árabes que acechaban por todas partes, la delincuencia callejera, los narcotraficantes hispanos... cualquier cosa que pudiera sacarse a colación para movilizar el apoyo a !a siguiente campaña en casa y en el extranjero, por lo común con víctimas nacionales para acompañar a las de otros países, que sufrían golpes mucho mayores.

* Fragmento del libro del autor Estados fallidos. El abuso de poder y el ataque a la democracia. Traducción de Gabriel Dols. Barcelona, Ediciones B, 2007. Reproducido con autorización de la editorial en México.

Thursday, August 30, 2007

Eso que ilumina el mundo, por Armando González Torres



Eso que ilumina el mundo*
Armando González Torres


FORASTEROS EN EL ESPEJO

Me aconsejó buscar a Dios en mi propia morada; no me atrevía a decirle que había perdido la llave en mi última parranda.

Querer apoyarse en la oquedad del mundo.

Mi instinto aristocrático desconfía de la turba que se aloja en mi cerebro.

Trátate con la helada cortesía de un extraño y con el amable rigor de un patrón.

Se reconocía en ciertos rostros,
se detestaba en muchos más.

Guarda éste que fui hoy en tu
recuerdo más piadoso.

Me divorcié de mi espíritu para poder
cohabitar con mi cuerpo.

Despierto diariamente con la ilusión
de ya no ser el mismo yo.

Ay, qué dolor, soy impune a mi propia ley.

Somos aquello que odiamos, pero qué bien la pasamos.


SIETE PECADOS HE COMETIDO

Que la misma ponzoña que me consume,
infeste el alma de los que me odian.

¡Cómo me gusta dilapidar mi paraíso prometido
en el infierno de paga de tu carne!

No tienen necesidades ni aspiraciones, tienen intereses; no
tienen pensamientos, tienen posturas; tampoco
tienen alma, tienen personalidad.

¡Cómo lo agotaba fingir laboriosidad!

También hay gula de ideas, y el devorador de opiniones
amaga con su halitosis en los rincones de cualquier café.

Despojar al muerto de todo lo que amábamos de él,
y enterrarlo con todo lo que detestábamos.

La pesadilla del avaro: olvidar los escondrijos
donde oculta sus tesoros.


HACIA UNA CONVERSIÓN

¡Basta de que nos manipule el sistema, elijamos
con libertad nuestros dogmas y prejuicios!

En mi país las mentes brillantes son castradas
Y se les destina al cuidado del burdel imperial.

Erudición: saber sin la redención del olvido.

Cuánto nos condolemos de que nuestro enemigo
no muera con tanto dolor como quisiéramos.


FUGA MUNDI

Nos confundimos: no éramos el rebaño del buen pastor,
sino la piara de cerdos poseída por demonios.

Lo habitual es que la muerte se anuncie
en los ojos de un animal.

Se dice que una flor “huele bonito” cuando sus efluvios
hacen fina la memoria y renuevan las fragancias
abolidas de la infancia.

Yo quisiera una fe indolora y acústica.

Porque estamos llenos de palabras que nos silencian
y de silencios elocuentes.

Los sabios recomiendan estar colmados de silencio.

Apártate y deja que las voces elijan sus propias palabras.


Fragmentos del libro de aforismos del autor Eso que ilumina el mundo. Oaxaca, Almadía, 2006. Reproducidos con permiso del autor.

Sunday, July 15, 2007

Tláloc, por Paco Ignacio Taibo II



Tláloc*
Paco Ignacio Taibo II

Para David Brooks que cuida Nueva York y para. Marcial que cuida la calle.

I

Santiago contempló atentamente la horrible estatua ecuestre y dorada del general Sherman, luego giró la vista y decidió que era mucho mejor la de Simón Bolívar, que había regalado la comunidad venezolana a la ciudad de Nueva York.

Hacía un vientecillo helado que venía del océano hacia el Hudson y del que sólo podía escaparse cobijándose en las avenidas, paredes de rascacielos, e! mejor paisaje urbano: árboles, vendedores de corbatas falsificadas de seda italiana y rascacielos. Las damas de la basura este año eran orientales. La miseria en Nueva York siempre parecía estar cortada por una tijera étnica. La miseria o la locura.

«Por ejemplo ésta, era una locura mexicana» se dijo Santiago y se hundió en el chamarrón forrado de piel de borrega, que lo hacía parecer un sobreviviente de la nueva ola francesa de los años 60, un Godard canoso, un Resnais sin afeitar, y abandonó Central Park para adentrarse en la Sexta Avenida.

En el quinto piso se dejó guiar por el sonido de las voces, los aplausos y el discurso en los amplificadores, más cerca incluso el tronidito de las latas de Tecate al abrirse. Las palabras salían en un inglés lleno de cadencias mexicanas, en el que se cruzaba de vez en cuando el apresurado español de alguno.

La puerta de cristal estaba entreabierta y ninguno de los asistentes a la asamblea, que estaban acodados en el gran pasillo que daba al salón de reuniones, hizo algo para impedirle el paso.

Había un pequeño escenario con una mesa, adornada por dos bocinas, y unos doscientos asistentes sentados en su mayor parte en sillas de tijera distribuidas irregularmente. Abundaban los uniformes, que cubrían la gama de la funcionalidad al exotismo: monos de trabajo color café o azul, chaquetones guinda con botones dorados, hombreras plateadas de tamaño descomunal con borlas, toda la parafernalia de un ejército desigual y derrotado. El sindicato de porteros de Nueva York estaba en sesión. Presidía desde la mesa un gigante bizco y moreno de pelo más que largo. Santiago sabía quién era; sabía muchas cosas sobre Benito Jiménez.

Sin orden ni concierto, en la asamblea se estaban discutiendo problemas extraños, como el derecho a usar los sótanos como vivienda, como el quién debía incinerar las basuras en las oficinas.

Santiago escuchaba a medias fumando un cigarrillo cerca de los ventanales. Era curioso ir descubriendo el poder que concentraban los asistentes. La cantidad de dominio sobre la vida cotidiana de una de las ciudades más grandes del mundo. Eran éstos los que abrían las puertas, cerraban los edificios, resolvían los problemas de plomería, incineraban la basura, llamaban al taxi, cubrían a la anciana con el paraguas. Eran los representantes brechtianos del poema: Nueva York florecía en las mañanas. ¿Quién limpiaba los cristales? Un millón de negocios se hacían diariamente. ¿Quién abría las puertas?

Al final de la reunión, Santiago se dirigió directamente hacia el gigante, que estaba guardando los papeles en un portafolio negro lustroso.

Santiago le soltó de sopetón:
—Creo que usted y yo tenemos un interés en común, compañero Jiménez; usted y yo tenemos un sueño.

El gigante sacó un Camel sin filtro todo arrugado del bolsillo superior de la chamarra y le dirigió una mirada torcida a Santiago.
—Usted y yo siempre hemos querido robarnos al Tláloc —prosiguió el escritor de ciencia-ficción que vivía de vender seguros en Nueva York y parecía director de cine francés con veinte años de retraso.
—¿El Tláloc?
—La estatua de Tláloc.

La lluvia comenzaba a colarse por las rendijas de la cristalera. Por el rabillo del ojo, Santiago vislumbró un relámpago. Benito Jiménez sonrió.
—Ah, que la rechingada —dijo el dirigente sindical.
—El Tláloc de Chapultepec: Coatlinchan, esa madre que mide ocho metros de alto por tres de ancho y pesa 197 toneladas. Descubierto en Los Tecomates, cerca de Texcoco. Estaba ahí en proceso de construcción, dios de ojos cerrados y brazos alzados. Bautizado Tláloc...
—Ah, ese Tláloc... —dijo Benito Jiménez.
—Ese mero —continuó Santiago—. Lo trajeron a México en mayo del 64, hubo que construir y reforzar tramos de carretera, montar una troca especial con plataforma de 72 ruedas, y grúas extrapesadas... Los campesinos se quejaban de que al quitarlo no habría lluvia en la región.
—Nos quejábamos.
—Tuvieron que traer un batallón del ejército para sacarlo, porque trataron de cerrar las carreteras para que no lo pudieran sacar.
—Tratamos, pero se lo llevaron... Y luego dejó de llover.
—Luego no hubo lluvia, pero los turistas y los defeños podían verlo ahí en Reforma.
—Hace 26 años...
—Usted tiene como 40, ¿no?

La historia del dios de piedra parecía haber conjurado la tormenta. Santiago se había sentado en una de las sillas de tijera y miraba cómo las ráfagas de lluvia azotaban los cristales donde se podía leer invertido; «Janitors Union. Local 140»

—¿Y por qué querría yo robarme el Tlaloc? —preguntó el dirigente sindical. La sala se estaba quedando vacía. Un pequeño grupo de porteros cerraba las sillas de tijera y las iba acomodando contra una de las paredes.
—Usted solito no, el sindicato de porteros y conserjes de Nueva York, la Janitors Union entera.
—¿Y eso?
—Porque el 82 por ciento de los miembros de su asociación, porque la mayoría de los porteros de Nueva York, son nativos de una zona de México cercana a Texcoco, de Los Tecomates, de San Salvador Atenco, de Chiautla... hasta de Otumba y Nopaltepec. Campesinos o hijos de campesinos de la misma zona de la que se extrajo el Tlaloc. Y ni me pregunte cómo pasan estas cosas, porque si alguien lo puede saber mejor que nadie...

El dirigente sindical le dirigió a Santiago una mirada penetrante acentuada por su bizquera.
—Ya ve. Se migra así. Uno tiene un compadre, y el compadre un amigo, y hace más de 20 años uno recomienda, y luego viene otro y luego como que la hacemos bien... Cuando yo llegué a Nueva York los porteros eran italianos y polacos de salida y estaban llegando los portorriqueños... Y cuando dejó de llover empezamos a llegar nosotros...

Los porteros rezagados, entre bromas dejaron de colocar las sillas. Benito despidió con un gesto al último grupo. Alguien le recordó que apagara las luces de la escalera... Seguía lloviendo.

—Sale, supongamos que el sindicato de Janitors de Nueva York quiere robarse el Tláloc por razones patrióticas y devolverlo a sus verdaderos propietarios... ¿Y usted, por qué podría querer robarse el Tláloc?
—Porque de ahí salieron las grandes manifestaciones del 68.

Benito se rió, frotándose las manos.
—¿Y cómo nos la vamos a robar, amigo?

Santiago alzó los hombros. A tanto no le daba la imaginación. Bastante había sido atar dos cabos tan lejanos que conectaba aquel monstruo de piedra de 197 toneladas presidiendo el paseo de la Reforma y este local en un quinto piso de la Sexta Avenida en Nueva York.


II

El portero que estaba entregando la correspondencia, miró cauteloso hacia ambos lados del pasillo, y al verificar que estaba vacío se coló a las oficinas centrales de una empresa de ingeniería llamada W.I. AI fondo, uno de los despachos permanecía con las luces encendidas. Harry Walpole trabajaba tarde de nuevo.

—Buenas noches, Matís, want some coffee? —preguntó el gringo alzando la cabeza de sus documentos al reconocer la familiar figura del conserje.
Inge, ¿de qué tamaño tiene que ser una grúa para levantar una piedrota de 197 toneladas? ¿Qué clase de grúa hay que usar? ¿Quién distribuye esas grúas en México?

El gringo desconcertado chapurreó en español:
—¿Piedrota? ¿Qué tamaños? How many tons, yon said?

Y sin darse cuenta ya estaba sacando su calculadora y buscando encima del revoltijo de papeles de su mesa un catálogo de equipos pesados. Los cristales de la ventana repiquetearon alegremente cuando comenzó a llover.


III

Santiago le mostró a Benito una fotografía del Tláloc. Las dimensiones de la piedra las daba el propio Santiago colocado al lado de la mole, acariciando la enorme viga con la que el dios estaba anclado a tierra. Estaba lloviendo aquel día en el DF.

—Sea lo que sea hay que librarse de la viga.

Al día siguiente don Pablo Rozadas y don Jerónimo Santiesteban se dieron una vuelta por Shean Construction y se compraron un enorme soplete de acetileno. Fue una lata cargarlo en una camioneta a mitad de la lluvia y llevarlo al sótano de un edificio de oficinas en la calle Hudson.


IV

Estaban paseando por la calle 42, rodeados de padrotes, negros andrajosos sonados por el crack y griegos viejos que buscaban putas; todo ello mezclado con turistas de Texas, luces de neón que anunciaban pornografía, nigerianos de un negro azabache vendedores de cinturones, adolescentes autistas viviendo en el universo walkman y muy profesionales carteristas. Varias músicas se cruzaban en el aire, dominando la de una mujer negra de unos sesenta años vestida como estatua de la libertad, que tocaba un órgano.

—No hay que levantarlo, ni que alzarlo veinte metros, ni que subirlo con una grúa —dijo Santiago—. Hay que hundirlo. Zuuum... Pa'bajo. Por abajo viaja el metro, volamos un cacho de Reforma y lo bajamos por el agujero, lo hacemos descender con cuidado y lo colocamos en una plataforma, como un vagón de metro sin paredes. De ahí sólo es cosa de llevarlo hasta la zona donde el metro sale a la superficie.


V

A las tres de la mañana, y sin que nadie les hiciera el más mínimo caso, los porteros del edificio Astoria en la calle Lexington, vestidos con su habitual uniforme azul marino con hombreras doradas, pero extrañamente desprovistos de la gorra de plato y en su lugar coronados con unos paliacates rojos que les hacían parecer un par de apaches esotéricos, entraron en las oficinas de la Compañía Internacional de Carros de Ferrocarril y se robaron todas las fotos que pudieron encontrar de plataformas y vagones. Los ladrones eran un par de hombres morenos, de más de cincuenta años, muy serios, con canas en las sienes.


VI

—Imposible —dijo Santiago arrojando al suelo el compás. Sobraba panza o sobraba espalda del Tláloc para poder subirlo al metro.

Benito recapituló:
—Entonces... por el drenaje profundo.
—Imposible, no hay canalizaciones cerca—resumió Santiago.

Estaban sentados en una de las esquinas del enorme salón del sindicato. Benito firmaba formatos de adhesión de nuevos miembros.

—Ya todo está cambiando... Mira...

Señaló las fichas de ingreso:

—Salvadoreños, nicaragüenses, etíopes, senegaleses...
—Y si lo volamos. Por ejemplo: lo cortamos en cachitos, en pedazos, lo retaceamos. Nos llevamos las pinches piedritas y luego lo armamos de nuevo.

Benito lo miró fascinado. Este pinche loco era peor que él. Había que tener güevos para volar el Tláloc. No sabía si él mismo se atrevería a tanto.

Santiago se ruborizó ante la penetrante mirada bizca del gigante.


VII

A las ocho y media de la mañana cuando cruzaba a paso rápido por la sala Helénica del Museo Metropolitano de Nueva York, el doctor Linus Taylor fue detenido por un par de porteros del Met. Trató de escaparse argumentando la falta de tiempo hasta su próxima cita, pero los porteros, balbuceando inconexas excusas en español, lo condujeron hacia uno de los baños, y desplegaron ante él fotos y papeles.
—¡¿El qué?!—preguntó sorprendido el egiptólogo mirando más atentamente a sus dos interlocutores.


VIII

Santiago mojó su dona en un café.
—¿Qué dice el curador de la sala egipcia del Met?
—Ni madres, si le metemos dinamita nunca lo vamos a poder reconstruir.
—Vuelta a empezar.
Benito Jiménez asintió.
—¿Y si en lugar de llevarlo, simplemente lo hacemos desaparecer? Que los que lo están viendo ya no lo puedan ver. Que esté allí, pero que ya no esté...
Benito contempló atentamente a Santiago, luego le quitó su taza de café y la olió.
—SÍ, chinga, cubrirlo con algo... —insistió Santiago.


IX

La asamblea del jueves de la Janitors Union-Local 140 discutió al paso, sin darle demasiada importancia, como al descuido y en el punto 17 de la orden del día, la aprobación de una cuota extraordinaria de siete dólares por cada uno de sus miembros, destinada a la «Operación Solidaridad Mexicana». Elmer Brown, delegado de un grupo de porteros de edificios de oficinas al sur de Queens, y de origen jamaiquino, protestó en voz alta, pero la mirada de su compadre y codelegado de la zona, Atanasio Rivera, lo hizo callar. ¿Qué se traían estos tipos en mente? Atanasio le guiñó el ojo para acabar de hacer más profundas las dudas que roían el alma del veterano sindicalista.
—Es pa' los niños pobres de Tuxtla Gutiérrez, para hacerles unos juegos infantiles —le dijo Ramón Gómez, otro de los viejos fundadores del sindicato.
—Son sólo siete dólares, no la hagas de pedo —le informó Catarino Villavicencio, que era su cuñado. Y por eso de estar casado con una mexicana, Elmer entendió que deberían estar cocinando algo importante y absolutamente ilegal. Y que cuando decían «no hacerla de pedo», él miraba para otro lado...


X

—Hey, brother, tú que le sabes... —le dijo el conserje mexicano a un office boy portorriqueño de rostro castigado por el acné.
—No, pues miden la casa, la desarman y luego la levantan y se la llevan y luego la ponen en otro lado.
—¿Así nomás?
—Bueno.

A la hora del lunch, el portorriqueño bajó hasta el sótano donde en medio de los quemadores de basura, él y el portero estudiaron toda la folletería de la empresa que se acababa de robar. Una fuerte tormenta se desató mientras los dos personajes le daban vuelta a los papeles y el agua se colaba por abajo de la fila de lavadoras automáticas.

—Desde que me escapé de la escuela no había estudiado tanto —dijo Laureano Bañuelos.


XI

—¿Y un pinche mago? —le sugirió Benito Jiménez a Santiago, mientras tomaban en una delicatessen unos sandwiches de salami de Génova con provolone.
—Un mago de esos que desaparecen cosas, que desaparecen la Estatua de la Libertad, de esos, como el Copperfield —repropuso Santiago con la boca llena—. ¿Cómo le hace ese güey?
—Todo fuera tan fácil como eso, mano, ¿quién crees que manda en Nueva York? —dijo Benigno.

Santiago no contestó porque se estaba quitando migas de pan de la barba.

Al día siguiente, los porteros del edificio de la Quinta Avenida donde vivía David Copperfield tocaron tímidamente a la puerta del ilusionista.

El mago apareció en pijama de seda lila en la puerta, contempló los rostros habituales y esperó que le entregaran correspondencia, hablaran del agua o pasaran a recoger la basura. Pero los tipos lo miraban en silencio. Comenzó a llover.
—Don David, le traemos un encarguito, a small problem, you know? But very important for us.


XII

Santiago volvió a ver el sistema de espejos gigantescos y reflectores que estaba dibujado esquemáticamente y se quitó el sudor de la frente.

—No sirve —dijo Santiago—. Es demasiado espectáculo, y crea los mismos problemas. Ahora que es maravilloso, ¿eh?
—No sirve —confirmó Benito—. ¿Qué hacemos después de que lo desaparecemos? ¿Cómo lo quitamos de verdad?

Santiago resumió:
—Me rindo, mano.
Y entonces. Benito Jiménez se levantó de la silla y dijo;
—Sólo hay de una, llevarlo como se lo trajeron.

Y ante tan afortunada idea caminó pausado hasta uno de los lockers y sacó una botella de tequila Orendain para brindar.


XIII

Estaba lloviendo a raudales cuando en Nueva York se produjo la misteriosa epidemia que afectó la semana laboral de un centenar de porteros. A unos les nacieron nietos, otros cayeron en cama con una maligna gripe asiática, otros pidieron vacaciones que habían pospuesto durante años para ir a México, otros se intoxicaron con camarones japoneses, otros se rompieron una piedra al salir del elevador, otros simplemente se desvanecieron y en su lugar apareció algún joven paquistaní.

Estaba lloviendo a cántaros en el DF, cuando en el aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México aparecieron durante un par de días un montón de viejos emigrantes que se acogían al programa Paisano y que reclamaban su pasaporte y su mexicanidad, y que querían ver a sus nietos y volver a ver los volcanes y comer carnitas en Texcoco.

Llovía furiosamente cuando Benito Jiménez le mostró a Santiago la vieja plataforma de 72 ruedas arrumbada en unos almacenes de la Secretaría de Obras Públicas allá por el rumbo de Los Reyes.

Llovía furiosamente cuando la secretaria Marisa Ceballos descubrió que le habían abierto el cajón donde guardaba una copia del protocolo del INAH sobre la limpieza y conservación de monumentos prehispánicos.

Llovía a lo desesperado, mangas de agua azotando los cristales del automóvil, ratas flotando ahogadas, inundaciones en el Periférico, cloacas que escupían surtidores, calles inundadas llenas de hojas arrancadas por el agua a los árboles.

Dejó de llover un rato la tarde y las primeras horas de la noche del lunes, cuando una brigada fantasmagórica del INAH comenzó a recubrir Tláloc con una enorme manta para limpiarlo...


XIV

A

En la mañana del martes 13 de octubre, el director del Museo de Antropología e Historia volteó desde su ventana para contemplar el paso de los automóviles a través de los árboles.

Algo estaba fuera de lugar. Algo le faltaba al paisaje habitual. Desconcertado saltó de la silla para buscar una nueva perspectiva...

B

—A mí me gustaban las películas de vampiros, esas de Germán Robles, en las que había luchadores y gorditas en bikini.
—No, yo soy un comemierda y un intelectual, a mí me gustaban las de cine-club, y en blanco y negro — contestó Santiago.

Llovía a cántaros en Los Tecomates. Santiago y Benito caminaron hasta la puerta del garaje brincando los charcos, saltando el pequeño torrente que comenzaba a formarse a mitad de la calle.

—Está cabrona la lluvia, ¿verdad? —dijo el sindicalista.
—Está, está —dijo el escritor y vendedor de seguros, y apoyó la mano en la patita de la mole de piedra que asomaba por la puerta mal cerrada del garaje.

* Cuento tomado del libro del autor Sólo tu sombra fatal. México, Ediciones B, 2006. 281 p. Reproducido con permiso de la editorial.

Sunday, April 29, 2007

La muerte de un ídolo, por José Ernesto Infante Quintanilla


La muerte de un ídolo*

José Ernesto Infante Quintanilla

Wilo Rosel nos ha comentado que el sábado 13 de abril entrenaron fuerte en el gimnasio y notó a Pedro preocupado y muy tenso. No obstante, esto no impidió que al día siguiente saliera en avioneta junto con el mecánico Marciano Bautista Escárraga hacia Isla Mu­jeres y Tulum. Viaje del que regresaron por la noche y momento en el que fue instruido por Pedro para presentarse a las 7:00 a.m. del día siguiente porque viajarían hacía el D. F. También le recomendó que llevara consigo cierta herramienta específica para quizá reali­zar algunos ajustes antes del viaje.

El 15 de abril, Pedro se levantó muy temprano, desayunó lo que le había preparado su doméstica, la señora Trinidad Romero; ultimó detalles para trasladarse al aeropuerto de la ciudad de Mérida y realizó el que fue su último viaje en motocicleta, al dirigirse hacia el aeropuerto en su famosa Harley-Davidson.

Eran aproximadamente las 7:30 de la mañana, cuando abor­dó el tetramotor XA-KUN, modelo Liberator, marca Consolidated, el cual había sido utilizado en la segunda guerra mundial para transportar tropas, y después fue adaptado para servir como aero­nave de carga (un pequeño Hércules), propiedad de TAMSA. Según versión de su hermano Pepe, frecuentemente oía a Pedro comentar que ese aparato les estaba dando serios problemas mecánicos.

El día del vuelo, estando ya en el aeropuerto, instruye al piloto Edgardo Alatorre, quien había sido convocado para ese viaje, para que no se incorpore a la tripulación y salga hasta el día siguiente con el mismo itinerario, pues Pedro había decidido ser el copiloto y conducir la nave, junto con el capitán Víctor Manuel Vi­dal. Los acompañaba el mecánico Marciano Bautista. Este cambio de planes, providencial para Edgardo, le salvó la vida.

Ese mismo día, Pedro se había comprometido a estar en la ciudad de México; incluso la noche anterior había hablado con su hermano Pepe, para que lo esperara en el hangar de TAMSA, a eso de las 10:00 a.m., junto con su escolta, el Indio Sandoval y López Zuazua.

Una vez verificados los instrumentos, se escucharon por ra­dio las instrucciones de rutina para iniciar el despegue, siendo la señorita Carmen León, operadora de TAMSA, la última persona que escuchó la voz de Pedro Infante. Así, aparentemente sin ningún problema, el tetramotor tomó pista y despegó a las 7:40 a.m.

De acuerdo con los testigos del accidente, quizá dos minutos después, se notó que la aeronave.no alcanzaba ni la altura ni la velocidad óptimas. Se sabe que en el interior de la cabina de mando, tanto Pedro como el capitán Víctor Manuel Vidal y el mecánico Marciano Bautista Escárraga, hicieron todos los intentos posibles para corregir la falla, inclusive, durante ese pequeño trayecto, ti­raron algo de la carga. Cajas de pescado y rollos de telas fueron lanzados al vacío con la finalidad de aligerar el peso al avión, asu­miendo el riesgo de lastimar a alguien, pues esta maniobra se rea­lizó sobre pleno centro de Mérida. Momentos después, el aparato se desplomó cayendo en la esquina que forman las calles 54 y 87, al sur de la ciudad. Los depósitos de combustible del avión estaban llenos, por lo que al impactarse en tierra estallaron, creando un incendio impresionante. El fuego abarcó varias casas y resultaron lesionadas decenas de personas.

Según nos ha comentado don Rubén Canto Sosa, propietario de la casa donde cayó el avión y testigo del accidente, en el lugar perecieron, además de la tripulación, la señorita Ruth Rosell Chan, de 19 años, y el niño Baltasar Martín Cruz, ayudante de una car­pintería que se encontraba a unos metros del accidente. Entre los cuerpos también se encontraron los restos de tres mascotas que Pedro llevaba a la ciudad de México. Las toneladas de pescado, combustible y los restos humanos calcinados provocaron un olor insoportable.

Al día siguiente, todos los periódicos del país y muchos del extranjero publicaban en primera plana la fatal noticia. El periódico El Norte, de Monterrey, dio una enorme cobertura a los hechos. Las notas señalaban:

“Trasladan a México el cadáver de Infante, consternación por su muerte... El famoso actor y cantante falleció esta mañana, a las 8 horas, en un accidente de aviación ocurrido en la ciudad de Mérida.

"La Dirección de Aeronáutica Civil dependiente de la SCOP informaba oficialmente, hoy a las 7:45 horas, que el avión Consolidated Vultec B-4-J, matrícula XA-KUN despegó de la pista número 10 que tiene dirección poniente-oriente en el Aeropuerto Internacio­nal de Mérida, Yucatán, propiedad de Transportes Aéreos Mexicanos (TAMSA) . Efectuaba el vuelo 904 con carácter de extraordinario, directo desde Mérida, Yucatán, a la ciudad de México. Tripulaban el aparato el capitán piloto aviador Víctor Manuel Vidal Lorca y como primer oficial y copiloto el piloto aviador Pedro Infante Cruz, como mecánico Marciano Bautista Escárraga...

"El avión sufrió el accidente poco después de haber despe­gado, cayendo a tierra a una distancia relativamente corta de la cabecera de la pista, en un lugar que está situado en el cruzamien­to de las calles 54 y 87 de la ciudad de Mérida, Yucatán. Al caer el avión quedó totalmente destruido, los tanques de combustible explotaron, el fuego se extendió rápidamente, todos los tripulantes perecieron... El inspector de la Dirección de Aeronáutica Civil, Luis Soto Ruiz, inició las investigaciones para determinar las causas del accidente...

"El piloto aviador Pedro Infante, conocido por sus activi­dades como actor cinematográ­fico y cantante, trabajaba como socio en aviones de esa compañía desde hace más de tres años; cuando sus actividades artísticas se lo exigían solicitaba licencia a la empresa TAMSA y le era conce­dido por el tiempo necesario...

"Al terminar cada una de estas licencias. Infante reanudaba sus actividades de piloto. Era titular de la licencia de transportes públicos número CCP-447P-P. La había renovado el 2 de abril y en esa fecha se le computaban 2 900 horas de vuelo..."


Guitarras lloren guitarras

La identificación de los: cadáveres fue muy complicada y extremadamente dolorosa para los deudos. En el caso de Pedro y de acuerdo al parte médico del doctor Benjamín Góngora, quien en esa época era, además, presidente municipal de Mérida y amigo personal del ídolo, el cuerpo presentaba el cráneo totalmente destruido; tres fracturas en la columna vertebral, así como en el hueso iliaco y pelvis, varias fracturas más en ambos fémures y peronés. El parte médico refería que la causa de la muerte de Pedro, había sido la “atricción total”, debido a esto el cuerpo perdió sus dimensiones reales. En efecto, como consecuencia de las graves quemaduras, tanto su peso como su estatura se redujeron en forma impresionante, esta última que era de 1.73 m., se redujo a 80 cm., y su peso que era de 77 kg., terminó siendo de 35 kg.

Era un verdadero cuadro dantesco, sin embargo la identificación se logró a partir de una reconstrucción parcial del cadáver, y por haberse encontrado una esclava con su nombre grabado, así como su famosa placa de platino (Vittalium), elementos que corroboraron, de modo inobjetable, su identidad.

Cabe mencionar que aparte de la identificación de los cadáveres, su hermano Ángel fue quien tuvo la triste encomienda, por parte de la familia, de constatar personalmente la tragedia. Al respecto, en 1986, en una de las agradables comidas con mi tío Ángel y mi padre, don Pepe, platicamos sobre los detalles de estos penosos recuerdos, y me comentaba mi tío:

“Quienes llegaron hasta el preciso lugar del accidente donde se encontraban los restos, antes que el ejército acordonara la zona restringiendo el acceso, vieron cómo mi hermano no se separó del asiento de la cabina. El cinturón de seguridad resistió los jalones y los golpes del impacto y del fuego. Cuando llegaron los oficiales e hicieron un reconocimiento del siniestro observaron que se le había desprendido un brazo y estaba a punto de desprendérsele una pierna. Aún se alcanzaba a distinguir una pequeña parte de su rostro. En su caja torácica se apreciaban algunos órganos calcinados y otros ensangrentados. Es el dolor más grande que he sentido en mi vida. Pero el trabajo del doctor Góngora, así como de la funeraria para reconstruir y preparar su cuerpo fue magnífico, a las 18:00 horas ya lo estábamos velando en su casa de la calle Itzaes, con el ataúd abierto, para que el pueblo de Mérida despidiera a mi hermano.”

En la ciudad de México, a las 1:15 de la mañana, el locutor Manuel Bernal, uno de los pilares de la XEW, dio la trágica noticia a través de los micrófonos: “Ha muerto Pedro Infante”, y de inmediato el luto se esparció por toda la república y el extranjero en ese lunes santo. Una noticia que, para muchos, acentuó más aún el misticismo de esos días.

Una vez confirmado el suceso, directivos de la ANDA y otros compañeros, entre los que se encontraban Rodolfo Landa (Rodolfo Echeverría Álvarez), Jaime Fernández, Ángel Infante, Irma Dorantes, José Ángel Espinosa “Ferrusquilla”, hicieron el penoso viaje a Yucatán. Los medios de información, así como el gobierno de la república, conjugaron esfuerzos para trasladarse a la ciudad de Mérida, con el fin de agilizar el traslado de los restos del ídolo a la ciudad de México. La noche del 15 de abril, Pedro Infante era velado en su domicilio de Itzaes por el público yucateco. Uno de los días más tristes y penosos en la historia reciente de la región. Esa tarde, la prensa nacional, ha­ciendo tirajes extra, difundía ampliamente los pormenores del accidente.

Las causas del siniestro todavía se desconocen. Se ha sostenido que volaba con exceso de carga; sin embargo, el pe­ritaje concluyó que traía 6.5 toneladas de peso y el avión tenía capacidad para 12. Lo más apegado a la realidad indica que la causa del accidente fue una falla mecánica en uno de sus motores.

El mismo 15 de abril, el periódico Últimas Noticias de Excélsior, destacaba:

"Se paró el motor y el avión se vino abajo."

"Las dos esposas de Pedro Infante se disputan el derecho de sus restos.'

"¡Yo soy la culpable.', gime Irma Dorantes..."

"La anulada esposa de Pedro voló, angustiada, a Yucatán. ‘Vivo me lo quería quitar, pero muerto ya nadie se atreverá’, dijo al partir a Mérida..."

"¡Yo soy la culpable....! Frenética fuera de sí, rayando en el histerismo, Irma lo gritó así en el aeropuerto, una y otra vez, como para que todo el mundo lo supiera..."

Un día después, el 16 de abril a las 6:30 a.m., despegaba un DC-3, matrícula xa-hey de TAMSA, con los restos de Pedro Infante, acompañado por su hermano Ángel y varios periodistas.

Todos los periódicos del país reproducían la noticia:

"Pedro Infante pereció ayer al caer el avión que copiloteaba."

"Estupor, luto y pena por el fin del actor.'

"El trágico suceso, un impacto que conmocionó al país en­tero."

"Mudo desfile ante el ídolo."

"Desfiló el pueblo día y noche ante este ídolo caído."

"Consterna a México la muerte de Pedro Infan­te."

Fue tan impactante la noticia que tanto en México como en otros países, hubo suicidios por su fallecimien­to, particularmente en Ve­nezuela y Colombia. Estos tráficos hechos adicionales muestran la relevancia de Infante como fenómeno so­cial y el grado de identificación del público con su ídolo.

Al llegar sus restos al aeropuerto, ya lo esperaban los oficiales de policía y trán­sito portando un listón negro en la sola­pa de sus uniformes. El desempeño de esta agrupación fue fundamental en el traslado de los restos de su comandante y amigo, y en el control de las multitudes que también esperaban su arribo.

Al salir del aeropuerto, los restos de Pedro fueron trasladados a la funeraria, donde se hizo un cambio de ataúd, en este caso metálico, mismo que fue sellado. Más tarde lo trasladaron al teatro Jorge Negrete, para ser velado.

A partir de las 13:00 hrs., ese recinto se convirtió en un centro donde cobró forma el dolor generalizado, en el que sobresalían los sollozos y accesos de histeria de muchas mujeres. Era impresionante el número de gente de todas las edades y de todos los estratos sociales, que acu­dió con el firme propósito de dar el último adiós a su ídolo.

Era un desfile interminable que incluyó a toda su familia, sus compañeros artistas, desde los más modestos hasta las gran­des estrellas del cine nacional. Políticos, gente de los medios, sus fíeles amigos motociclistas, todo tipo de deportistas, universitarios y gente anónima. Todos se volcaron para participar en ese trágico ritual como nunca en la historia de nuestro país.

Doña Refugio, su madre, terriblemente abatida, acompaña­da siempre por sus hijas e hijos, recibía las condolencias de todos. Cabe mencionar que el día anterior, al recibir la noticia, sufrió dos síncopes que la mantenían bajo extremo cuidado médico.

La Prensa publicaba el 17 de abril:

"¿Mi hijo está quemado?, ¡Hijo querido!, ¡Mi hijo de mi vida!

"Como un coro doliente, las cinco hermanas del actor des­aparecido enlutadas también como su madre, rojos los ojos de tanto llorar y pálidos los labios, rodeaban a la viuda de Infante que estaba a punto de perder el conocimiento..."

A continuación, la nota describía el desconsuelo que embar­gaba a los dolientes. Escenas de dolor extremo que, aun cuando de­bieron quedar en un ámbito estrictamente familiar, fue imposible que no llegaran a ser de dominio público, dada la cobertura de los medios y la popularidad del artista. Así, los lectores se enteraron de los esfuerzos de doña Refugio por ver el cadáver de su hijo. La renuencia de Ángel, quien como hijo mayor había asumido el control de la situación y por ello intentaba, con esfuerzo, ahorrar un dolor más a doña Refugio, quien, madre al fin, intuyó el porqué de aquella negativa. Y, finalmente, la actitud viril de Ángel Infante al admitir los terribles efectos que el fuego había ocasionado en el cuerpo de su hermano y pedirle cariñosamente a su progenitora fortaleza de ánimo y resignación.

"Sí, mamacita, está quemado. Tu hijo está quemado... Tú eres fuerte. Tú has querido siempre que te digamos la verdad. Tú no quieres que tus hijos te mientan... Pedro no hubiera querido que lloraras.

"Y la madre hundió la cabeza en el pecho y de sus ojos esca­paron dos torrentes de lágrimas de fuego, pero no dijo nada.

"Verdaderamente, como dijo su hijo Ángel, la madre de Pedro, la madre de los Infante, es una madre valiente, una madre digna del pueblo mexicano, una madre émula de las madres de nuestras luchas sociales y ante aquel cuadro lleno de dolor, nadie ni los ajenos a la sangre de los Infante, pudieron evitar las lágri­mas..."

La primera guardia la montaron Mario Moreno, Cantinflas, José Elias Moreno, Miguel Manzano, Arturo Soto Rangel, Ángel In­fante y José Infante. La segunda la conformaron Andrés y Fernando Soler, Jorge Martínez de Hoyos y el comandante de policía y trán­sito Ramón Ruiz, a las que siguieron una cantidad impresionante de guardias de honor, sin dejar de mencionar a una representación de la pareja presidencial, la cual, incluso, ofreció, en su momento, la aeronave oficial para el traslado de los restos.

El miércoles 17, Pedro Infante fue trasladado ha­cía su última morada, pre­cedido por una escolta de cuarenta motociclistas del prestigiado escuadrón de tránsito y una intermina­ble fila de autos, múltiples camiones con ofrendas flo­rales, así como por todo el pueblo, que estuvo hacien­do valla a lo largo de todo el recorrido. Hasta la fecha ese cortejo fúnebre ha sido uno de los más impactantes en la historia de México.

Todos los medios de información se dieron cita para cubrir, minuto a minu­to, este acontecimiento. En el panteón, sus hermanos Ángel y Pepe, Mario Moreno, Cantinflas, e Is­mael Rodríguez, fueron quienes llevaron el ataúd hasta su tumba, la misma donde hacía dos años habían depositado a su padre, don Delfino, a es­casos metros de Blanca Estela Pavón y de Jorge Negrete. Nuevamente se estaban reuniendo los ahora mitos de nuestro cine nacional.

Al filo del medio día, Pedro Infante era sepultado con música de mariachis, que ento­naban algunas canciones que el cantante hiciera famosas. En muchas fotografías del sepelio aparece cantando un joven admirador de Pedro. Era Javier Solís, quien años después sería un digno sucesor y representante de la canción mexicana, particularmente del bolero ranchero.

En esa ocasión, el párroco Manuel Herrera pronunció la oración fúnebre y el secretario general de la ANDA, Rodolfo Lauda, dirigió un mensaje emotivo y sincero a nombre de todo el gremio, despidiéndose de su querido amigo. Posterior­mente, los miembros del prestigiado escuadrón de tránsito pasaron lista de presente, diciendo un hasta luego a su respetado y querido "Comandante”.

Así, el cine perdía un gran actor, el deporte a un fiel atleta, la música popular a un representante auténtico, los actores a un hermano y el pueblo a un amigo solidario.

El jueves 18, la prensa nacional informaba acerca de lo suce­dido en esta dramática jornada. Una nota del periódico Excélsior, por ejemplo, describía la forma en que la radio y la televisión habían realizado la amplísima cobertura que dio a conocer los pormenores de este hecho:

"Miles de personas lloraron ayer en silencio, frente a sus aparatos de televisión, era el viaje definitivo de Pedro Infante. Los tres canales con sus repetidoras, por primera ocasión se unían para cubrir la fúnebre ceremonia...

"Lo que captaban las cámaras electrónicas hicieron palpitar más de prisa los corazones. Al bajar el féretro a la tumba enmu­decieron telespectadores y radioescuchas. Los locutores no tenían frases para describir el momento; su gran amigo, Gonzalo Castellot, el líder nacio­nal de los conductores de televisión, lloró consternado...

"Con llanto en los ojos y la voz entrecortada, el veterano Pedro de Lille, hizo ayer una de sus más dramáticas narraciones desde el Panteón Jardín. En los momentos en que el féretro que contenía los restos del infortunado Pedro Infante bajaba lentamente a su última morada, a miles de personas que se aglomeraron ante los magnavoces que fueron instalados en las calles de la capital, les produjo llanto...

"Éste fue el último aspecto del entierro del galán que fue dado a conocer al país a través de la emisora XEQ y sus retransmi­soras en el país...

"Durante las doce horas y media de transmisiones se reali­zaron tres controles remotos: en la anda, en la estatua del Ariel, en Chapultepec y en el Panteón Jardín, además de la narración que se hizo a lo largo del trayecto del cortejo fúnebre, mediante la instalación de una unidad móvil de control remoto sobre autos de alquiler que se unieron a la caravana…

"Además de De Lille, los locutores que cubrieron los dife­rentes aspectos del trágico acontecimiento fueron José Hernández Chávez, Pico de Oro, Jacobo Zabludovsky, Jorge Labardini y Mario Rincón, agregándose una narración especial que hizo a las puertas del cementerio el teniente de tránsito José Ibáñez, íntimo amigo del llorado cantante.'

Desafortunadamente, la muerte de Pedro Infante también puso fin a una hermosa época de prosperidad para la industria fílmica, en la que se enaltecieron los valores nacionales y se difundió parte del extenso mosaico musical de nuestra patria. Fue la época de oro del cine nacional en la que una importante generación de cineastas, productores, directores y notables actores de los años cuarenta y cincuenta dieron un gran prestigio a esta industria.

Al respecto, Emilio García Riera comenta: "A fines de los años cincuenta y principios de los sesenta, la crisis del cine mexi­cano no era sólo advertible para quienes conocían sus problemas: la delataba el tono mismo de un cine cansado, rutinario y vulgar, carente de inventiva e imaginación".

El cine de otros países daba signos de renovación, tanto en sus leyes, como en su apertura hacia temas difíciles de exponer. Dentro de esta nueva vertiente una enorme gama de temas, nunca antes vistos en pantalla, se empezaron a difundir. A la censura se le dio un trato más inteligente. Dentro de un ambiente siempre controversial el neorrealismo impulsó a nuevos cineastas. A fines de los cincuenta y en las décadas posteriores estos jóvenes realiza­dores propusieron exitosamente otra forma de hacer cine.

En el cine mexicano, en cambio, la renovación y la cultura de la originalidad se estancaron e, incluso, se perdieron. Nuestro cine fue ampliamente rebasado, salvo contadas excepciones. Varios hechos contribuyeron a agravar la crisis, además de la muerte de Pedro Infante. Entre ellos podría señalarse a la Revolución cubana de 1959, pues para el cine nacional significó la pérdida de uno de sus mercados naturales más importantes. En 1957 dejaron de funcionar los Estudios Tepeyac y los CLASA, y, en 1958, los Azteca; sólo quedarían para la producción fílmica, los Churubusco y los San Ángel Inn. El marco jurídico resultaba obsoleto y desligado de la necesidad real de una renovación que diera el impulso suficiente para intentar mantenerse dentro de los estándares internacionales; como dice Emilio García Riera, "hubo subdesarrollo dentro del subdesarrollo".

* Fragmento del libro del autor Pedro Infante, el ídolo inmortal, México, Océano, 2006. Reproducido con permiso de la editorial. Título de la redacción.

Directorio de Blog The House Of Blogs, directorio de blogs Aumenta el tráfico de tu blog